LA INQUIETUD DE UN NIÑO - Jordi Morella
Hace poco recibí un mensaje por internet de una madre pidiéndome ayuda para una situación de su niño. Quería saber qué podía hacer ante las preguntas de su hijo. Éste estaba preocupado por el momento de la muerte, surgido a raíz de experiencias vividas en el seno de su entorno familiar. El niño tiene 5 años.
Quiero hoy deciros unas palabras al respecto.
La mayoría de las veces que un niño se inquieta o preocupa por temas como este, que son la normalidad de nuestro proceso en la vida, implica inicialmente, un no haberlo esclarecido anteriormente en el momento justo que se vivió lo acontecido.
Los niños hacen y sienten según ven en los que les rodean. Si lo que conviven es con el dolor y pena ante hechos como lo que entendemos como muerte, él pensará que la “muerte es mala”. Si ve como su madre, su padre o personas que están cada día a su lado sienten el duelo de la ausencia de la persona transcendida, él pensará que al “irse” alguien, creará dolor en quienes nos quedamos. El sentimiento de culpa puede empezar a aparecer. Él no quiere hacer sufrir a aquellos que le han dado la vida.
Cuando para él es normal el “ir y venir”, el nacer, creando alegría por quienes compartirá su nueva vida, y el morir, cuando “ya está, ya está”; le confunde el hecho de ver como los adultos no sienten ni ven la situación como él lo ve.
Para ellos, los niños, la naturalidad es lo que predomina. Es el entorno que hace que se planteen ciertas cuestiones que inicialmente, para ellos no deberían de plantearse. Cuando esto sucede es que hay que acercarnos y comentar el hecho, con una actitud, por parte del adulto de serenidad y normalidad.
Una muerte, no es tal. Cuando se acepta, todo fluye. Cuando se recuerda, todo se comprende. Es el dejarnos ir por nuestro raciocinio, nuestra condición humana que nos lleva al dolor, al malestar en nuestro ser.
Para un niño o un bebé, no existe la mente, solo el corazón, y es desde el corazón que enfoca toda su vida. Vive, siente, actúa, goza siempre desde el corazón. Él no planea, no sabe de limitaciones, de ironía, de dobles intenciones, de pautas mentales porque su vida está enfocada desde el corazón. Él sabe de amor, ternura, curiosidad, gozo, alegría y muchos otros aspectos relacionados con la verdadera esencia que todos somos, pero no de raciocinio. Él no planea, no organiza ni teme. Él sencillamente es y actúa según siente. Él sabe del corazón, no de la mente. Él sabe quién es, a nivel de consciencia, como ser divino que es,….no humano, porque su esencia es espiritual, divina. El vehículo es humano, no así su ser, su mundo interior, que es el que mostrará al mundo a medida que vaya creciendo.
Cuando un niño o niña nos hace preguntas sobre la muerte, hay que ser sinceros, francos y actuar con toda naturalidad. Ellos están familiarizados con los ángeles, abiertos a las historias del mundo de donde proceden, por lo tanto, podemos llegar a ellos y explicarles a través de historias de ángeles, de cuentos, o incluso, dependiendo del niño, directamente, con palabras que pueda llegar a entender, y sobre todo, con una actitud por nuestra parte de sinceridad, naturalidad y honestidad, reconociendo si nos ha dolido la ausencia de alguien que ya no se encuentra entre nosotros. Él quiere entender la situación, y hacer las paces con su interior, porque en estos momentos, hay una contradicción por el hecho de plantearse algo que ha surgido de ver a los que le rodean, cuando para él es algo, por naturaleza, normal en el sentido de que todo ha de seguir su curso. Ellos lo sienten así, aunque no tienen, quizás, las palabras adecuadas para transmitirlo a los adultos que les rodean.
Aquello que ven es lo que aprenden. Si ven añoranza, rencor, rabia, dolor, cambio de carácter, asociarán el hecho de transcender el cuerpo como algo “malo”, doloroso y ellos no aceptarán que alguien se aleje o vaya de su lado.
¿Sabéis qué? Cuando no actuamos con naturalidad y no sentimos aceptación en nuestro interior ante alguien que ha dejado su cuerpo, es una manera de no aceptar los cambios en nuestra vida. En el fondo, la muerte sólo es un cambio. Es el pasar a una vida a otro nivel.
Los niños pequeños hace poco que han venido del verdadero Hogar del cual todos procedemos. Ellos sí saben. Cuando nos preguntan es porque ven contradicciones entre lo que sienten y ven.
Hay que ser sinceros, honestos y hablarles desde el corazón. Ellos entenderán este lenguaje. Les ayudaremos a potenciar la seguridad en ellos y a aceptar que hay personas que no son igual que ellos, tal como ellos se perciben y sienten. La aceptación es fundamental en estos casos. Debemos de aprender a aceptar aquello que no hemos elegido.
Una muerte es un aprendizaje para los que nos quedamos. Aprendamos y aceptemos su partida.
Un niño necesita un entorno lleno de honestidad, alegría, naturalidad, apoyo y amor. Él es un alma que ha venido para aprender aquello que sólo su alma necesita para su evolución. Tiene los mejores maestros que haya podido tener, por el solo hecho de haber elegido a sus padres desde el Hogar.
Ahora necesita para mostrar quien es, que sus padres, su entorno, les apoyen y no dramaticen lo vivido.
Un niño no sabe de dramatizaciones, solo sabe de amor, ternura y alegría. Cuando ve que los demás no actúan y se relacionan igual, empieza a preguntarse el por qué, pudiendo crearse contradicciones, dudas, e incluso miedos.
La muerte no es dolorosa, es parte de nuestro proceso y necesaria.
Ser honestos, reconociendo lo que sentimos en nuestro interior ante un niño que pregunta, le puede ayudar a darse cuenta que lo que él siente también está bien, que no tiene porque sentir el dolor hacia quien se ha ido o tener miedo de que sus padres se mueran y se quede solo. Darle confianza, seguridad y hablando claro desde el corazón vamos a fortalecer estos aspectos pilares de su crecimiento entre nosotros.
No ignorar y evitar estos temas, porque lo único que conseguimos es crear más en él, el aspecto de “tabú” y miedos.
Jordi Morella |
Quiero hoy deciros unas palabras al respecto.
La mayoría de las veces que un niño se inquieta o preocupa por temas como este, que son la normalidad de nuestro proceso en la vida, implica inicialmente, un no haberlo esclarecido anteriormente en el momento justo que se vivió lo acontecido.
Los niños hacen y sienten según ven en los que les rodean. Si lo que conviven es con el dolor y pena ante hechos como lo que entendemos como muerte, él pensará que la “muerte es mala”. Si ve como su madre, su padre o personas que están cada día a su lado sienten el duelo de la ausencia de la persona transcendida, él pensará que al “irse” alguien, creará dolor en quienes nos quedamos. El sentimiento de culpa puede empezar a aparecer. Él no quiere hacer sufrir a aquellos que le han dado la vida.
Cuando para él es normal el “ir y venir”, el nacer, creando alegría por quienes compartirá su nueva vida, y el morir, cuando “ya está, ya está”; le confunde el hecho de ver como los adultos no sienten ni ven la situación como él lo ve.
Para ellos, los niños, la naturalidad es lo que predomina. Es el entorno que hace que se planteen ciertas cuestiones que inicialmente, para ellos no deberían de plantearse. Cuando esto sucede es que hay que acercarnos y comentar el hecho, con una actitud, por parte del adulto de serenidad y normalidad.
Una muerte, no es tal. Cuando se acepta, todo fluye. Cuando se recuerda, todo se comprende. Es el dejarnos ir por nuestro raciocinio, nuestra condición humana que nos lleva al dolor, al malestar en nuestro ser.
Para un niño o un bebé, no existe la mente, solo el corazón, y es desde el corazón que enfoca toda su vida. Vive, siente, actúa, goza siempre desde el corazón. Él no planea, no sabe de limitaciones, de ironía, de dobles intenciones, de pautas mentales porque su vida está enfocada desde el corazón. Él sabe de amor, ternura, curiosidad, gozo, alegría y muchos otros aspectos relacionados con la verdadera esencia que todos somos, pero no de raciocinio. Él no planea, no organiza ni teme. Él sencillamente es y actúa según siente. Él sabe del corazón, no de la mente. Él sabe quién es, a nivel de consciencia, como ser divino que es,….no humano, porque su esencia es espiritual, divina. El vehículo es humano, no así su ser, su mundo interior, que es el que mostrará al mundo a medida que vaya creciendo.
Cuando un niño o niña nos hace preguntas sobre la muerte, hay que ser sinceros, francos y actuar con toda naturalidad. Ellos están familiarizados con los ángeles, abiertos a las historias del mundo de donde proceden, por lo tanto, podemos llegar a ellos y explicarles a través de historias de ángeles, de cuentos, o incluso, dependiendo del niño, directamente, con palabras que pueda llegar a entender, y sobre todo, con una actitud por nuestra parte de sinceridad, naturalidad y honestidad, reconociendo si nos ha dolido la ausencia de alguien que ya no se encuentra entre nosotros. Él quiere entender la situación, y hacer las paces con su interior, porque en estos momentos, hay una contradicción por el hecho de plantearse algo que ha surgido de ver a los que le rodean, cuando para él es algo, por naturaleza, normal en el sentido de que todo ha de seguir su curso. Ellos lo sienten así, aunque no tienen, quizás, las palabras adecuadas para transmitirlo a los adultos que les rodean.
Aquello que ven es lo que aprenden. Si ven añoranza, rencor, rabia, dolor, cambio de carácter, asociarán el hecho de transcender el cuerpo como algo “malo”, doloroso y ellos no aceptarán que alguien se aleje o vaya de su lado.
¿Sabéis qué? Cuando no actuamos con naturalidad y no sentimos aceptación en nuestro interior ante alguien que ha dejado su cuerpo, es una manera de no aceptar los cambios en nuestra vida. En el fondo, la muerte sólo es un cambio. Es el pasar a una vida a otro nivel.
Los niños pequeños hace poco que han venido del verdadero Hogar del cual todos procedemos. Ellos sí saben. Cuando nos preguntan es porque ven contradicciones entre lo que sienten y ven.
Hay que ser sinceros, honestos y hablarles desde el corazón. Ellos entenderán este lenguaje. Les ayudaremos a potenciar la seguridad en ellos y a aceptar que hay personas que no son igual que ellos, tal como ellos se perciben y sienten. La aceptación es fundamental en estos casos. Debemos de aprender a aceptar aquello que no hemos elegido.
Una muerte es un aprendizaje para los que nos quedamos. Aprendamos y aceptemos su partida.
Un niño necesita un entorno lleno de honestidad, alegría, naturalidad, apoyo y amor. Él es un alma que ha venido para aprender aquello que sólo su alma necesita para su evolución. Tiene los mejores maestros que haya podido tener, por el solo hecho de haber elegido a sus padres desde el Hogar.
Ahora necesita para mostrar quien es, que sus padres, su entorno, les apoyen y no dramaticen lo vivido.
Un niño no sabe de dramatizaciones, solo sabe de amor, ternura y alegría. Cuando ve que los demás no actúan y se relacionan igual, empieza a preguntarse el por qué, pudiendo crearse contradicciones, dudas, e incluso miedos.
La muerte no es dolorosa, es parte de nuestro proceso y necesaria.
Ser honestos, reconociendo lo que sentimos en nuestro interior ante un niño que pregunta, le puede ayudar a darse cuenta que lo que él siente también está bien, que no tiene porque sentir el dolor hacia quien se ha ido o tener miedo de que sus padres se mueran y se quede solo. Darle confianza, seguridad y hablando claro desde el corazón vamos a fortalecer estos aspectos pilares de su crecimiento entre nosotros.
No ignorar y evitar estos temas, porque lo único que conseguimos es crear más en él, el aspecto de “tabú” y miedos.
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