Amor, el Trabajo del Alma

Vivimos controlados por nuestro intelecto

En mi trabajo como médico he observado con frecuencia que personas que padecen enfermedades peligrosas para su vida son capaces de recobrar la habilidad que muchos de nosotros hemos perdido cuando alcanzamos la edad adulta: la habilidad de conectarse con el alma. Ése sentido de sorprenderse y maravillarse tan propio del niño, es desplazado por la preocupación de cómo nos vemos; si estamos ganando suficiente dinero; qué pensarán los vecinos, o nuestros padres; qué opinan nuestros profesores o qué predica nuestra religión. En otras palabras, vivimos controlados por nuestro intelecto.
En muchos casos, las personas que toman conciencia de su muerte encuentran que han recuperado la libertad para vivir. Su vida está marcada por la idea de valorar el presente: cada día es mi mejor día; esta es mi vida, no voy a vivir de nuevo este momento. Dedican más tiempo a las personas y a las cosas que aman y menos a aquellos que no les brindan amor y felicidad. Parece una idea tan simple: ¿No deberíamos todos vivir nuestra vida de esa manera? Pero lo cierto es que no es lo más frecuente, hasta que alguien nos dice: «Te quedan doce meses de vida».

En un grupo de personas desconocidas para mí, yo puedo adivinar cuales de ellas han tenido un duelo o una enfermedad que puso en peligro su vida, por la forma en la que responden a estas tres preguntas. La primera es: ¿Si te invitara a cenar, qué te gustaría comer? La segunda: ¿Si te pidiera que les mostraras a todos los  aquí presentes algo para explicarles qué es la vida, que les mostrarías? La tercera pregunta es: ¿Cómo te le presentarías a Dios?

El que no ha tenido una enfermedad grave, seguramente se demorará un tiempo largo decidiendo cómo contestar la primera pregunta, porque va a estar preocupado por el hecho de que soy yo el que va a pagar la cuenta y quiere estar seguro de que no escogerá algo muy extravagante o de que yo también quede satisfecho con lo que ordenó. Entonces va a pensarlo durante cinco minutos y nunca me dirá lo que le gustaría comer. Pero si ha tenido una enfermedad grave, gritará «langosta», o cualquier otra comida que le fascine. Y cuando llegamos a la segunda pregunta y alguien responde «un espejo» o «a mí mismo», entonces yo sé que esta persona ha pasado por experiencias que le han hecho entender su belleza y su valor. Las personas que han entrenado la muerte, se presentan ante Dios diciendo por lo general «Él ya me conoce. Yo soy un hijo de Dios, no necesito presentación». Pero si alguien necesita presentarse a sí mismo diciendo, yo soy abogado o médico, sospecho que la respuesta de Dios seria: «Regresa cuando sepas quien eres».

Yo creo que estamos aquí para darle amor al mundo, cada uno a su manera. Si usted es camarero o camarera o gerente o barbero o si administra una estación de gasolina; si usted está dando algo de sí a otras personas, entonces está contribuyendo a darle amor al mundo. Para alimentar su alma, usted tiene que hacerlo con amor. No estoy diciendo que deba ser egoísta. Pero estar atrapado en un trabajo que uno odia, o verse obligado a representar día tras día un rol que uno no quiere, puede ser algo mortal para el alma.

Claro, la gente dirá que es muy difícil cambiar de trabajo, por los gastos o los seguros o por la situación económica, y yo tengo dos respuestas a esto. La primera es que trates de encontrar algo en tu vida, bien sea un trabajo voluntario, o pintar, o escribir un poema, que te haga verdaderamente feliz. La otra clave es reconocer que si a ti no te gusta tu vida como es, y si tampoco puedes cambiar tus circunstancias externas en este momento, lo que si puedes hacer es cambiar tu actitud hacia la vida. Puedes decir, «Muy bien, yo me decido a ser feliz, decido ver lo que hago todos los días, como una forma de contribuir al amor». Cuando vas por la vida con esta actitud, encuentras que tus circunstancias empiezan a cambiar.

Como me dijo una mujer alguna vez: «Cuando resolví ir feliz a mi trabajo, cada persona a mi alrededor se hizo feliz». Había decidido renunciar a un trabajo que ella odiaba, pero el primer día de sus dos últimas semanas, se despertó feliz. Al final del día se dio cuenta de que todos los que la rodeaban estaban felices también y entonces decidió que, a pesar de todo, no renunciaría, sino que tomaría su trabajo con alegría. Han pasado ya dos años y ella continúa yendo a la oficina e irradiando amor y felicidad.

Para parafrasear algo que una vez dijo el antropólogo Ashley Montagu, la forma de cambiar mi vida es actuando como si yo fuera la persona que deseo ser. Para mí, éste es el consejo más sencillo y sabio que uno puede darle a cualquier persona. Cuando te despiertas y actúas como una persona que ama, te das cuenta no sólo de que tú te transformas, sino también las personas que están a tu alrededor porque cada uno sufre una transformación al recibir ese amor. De este principio yo he aprendido a responsabilizarme por lo que me molesta. No culpo a mi esposa por no apagar las luces o por no llenar todas mis expectativas; y si hago algo que le disgusta, le digo que lo siento y actúo de una manera más amorosa; entonces cambio yo y ella cambia también; me siento más feliz, y esto repercute sobre todas las personas que rodean.

Vivir con Amor es también a decir «no». Esto puede sonar egoísta, pero significa que estamos escogiendo cómo amaremos al mundo ése día. Si alguien te llama y te pide que cambies tus planes, pero tú no quieres, no necesitas decir que estás enfermo o inventar otras excusas, puedes simplemente decir «no».

Decir sí por amor está bien. ¡Si alguien te llama y te pregunta si le puedes ayudar y, como una expresión de amor hacia esa persona, tu decides dejar todo para ayudarle, perfecto! Pero actuar sin que a uno le nazca, por sentimiento de culpa o por obligación, más que por amor, eso no es algo que salga del alma.

Encuentra tu verdadera senda. Es muy fácil convertirse en alguien que uno no quiere ser, sin ni siquiera darse cuenta de que eso está pasando. Nos creamos a nosotros mismos, en las elecciones que hacemos cada día. Y si sólo actuamos de cierta forma para agradar a alguna figura de autoridad, de pronto un día nos despertaremos y diremos: «Este no soy yo. Yo nunca quise ser esta persona».
 - Dr. Bernie Siegel

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